Mar del Plata 2013 (II): nueva crítica/vieja crítica




El 24 de julio Diego Lerer publicó este post en Micropsia, que derivó en lo inmediato en esta respuesta de mi parte y una charla sobre crítica de cine organizada por la filial argentina de FIPRESCI. El mes pasado la cuestión reflotaría en una mesa del festival sobre si existe una nueva crítica, en la que participé junto a Lucía Salas y Martín Álvarez, moderados por Marcelo Alderete (audio). Esta charla llevó a Nicolás Prividera a esgrimir sus argumentos en base a lo reportado en Twitter, mientras Rodrigo Seijas salió a decir lo suyo, impulsado también por la senilidad de Jorge Carnevale, y Juanzino recordó viejas preguntas enlazadas al atletismo. En La autopista del sur revolvimos un poco más el tópico, y a la semana siguiente Prividera agregó bastante más.

Aunque reconozca que me incomoda un poco la exposición repentina de mi costado más analítico, cuando la mayoría de ustedes me conoce mejor por mis raptos cómicos en Twitter y cuando mi primer texto sobre cine desde la charla claramente no es lo mejor que hice, quiero explicar mi posición en la corriente que se me ubica sin tirar la pelota a la tribuna. Vengo jugando al periodismo y satisfaciendo otros hambres vocacionales desde los 15 años, y la mayor ventaja de esa procacidad fue siempre la desilusión temprana respecto a los mundillos que iba conociendo, especialmente el periodístico, en el que la fantasía de sobrevivir haciendo lo que me gustara en condiciones razonables se disolvía en el desencanto de conocer los pormenores de radios y revistas, haciendo esfuerzos descomunales ad honorem y sin ser al menos agradecido1. Todo esto, además de disuadirme de estudiar Comunicación (o al menos hacerlo con ideales demasiado ingenuos) forjó en mí un enfoque bastante específico sobre el ejercicio crítico y periodístico, con el ánimo necesario para encarar las ideas que me estimulan pero también la franqueza para equilibrar proyectos con el trabajo regular y otras obligaciones, dosificando la energía para mantener el rigor y la pasión por lo que emprendo. Voy conociendo mis límites y necesidades, y en algún momento decidí que mientras me mantenga en el amateurismo no pienso dejar que una vía de escape de las miserias cotidianas se termine transformando en una rutina odiosa por el hecho de cumplir con condiciones que no suelen ser apropiadamente retribuidas. Cuando descubrí que la profesionalización soñada en este oficio es imposible de lograr me pareció razonable entregar mi frecuencia de producción a la necesidad de ejercitar mi interpretación, que no es lo mismo que ponerme a escribir cuando tenga ganas (el rigor y la constancia son inherentes). Lo tomé también como un compromiso por escribir siempre hormonalmente, desviando una energía de sobra que no quiero desperdiciar en pensamientos negativos, e intentar no permitirme nunca la caída al piloto automático.

De cualquier manera, es humano preguntarse si una vocación puede convertirse en algo de qué vivir. Una de las ideas que me impulsó a escribir la respuesta al post de Lerer fue que probablemente ninguna palabra virulenta o amable vaya a cambiar mi destino profesional. Obviamente sentía genuinamente lo que dije, ¿pero por qué iba a aligerar lo que quería expresar? ¿Qué chance laboral podrá pegar mi generación  si disimula su rechazo al estado de las cosas? ¿Seguir disimulando por dos mangos en el futuro? Admiro y respeto los esfuerzos por mantener una frecuencia regular en el ejercicio crítico, y más aun los emprendimientos impresos o la intención de colar ideas frescas e interesantes en los medios tradicionales (nada me parece totalmente inviable), pero como hijo de una época dominada por los formatos digitales, y el retroceso de espacio, calidad, ética y llegada en los canales clásicos, hay muchos vicios que encuentro incomprensibles. Existe una horrenda tendencia en quienes arrancan a trabajar en medios por bancarse cualquier encargo, la gran mayoría de las veces ad honorem o debiendo invertir la plata propia, como una manera de construir un currículum para conseguir mejores trabajos en el futuro. Así, alguien que arranca con ímpetu y proyectos se termina enfrascando en asistir todas las semanas a funciones privadas de porquerías y ofrecer sus reseñas a un blog colectivo, editadas por alguien que no conoce ni aprecia y que lo trata como si le estuviera pagando. ¿Qué necesidad hay de tener un matrimonio gris con la crítica cuando estamos en la edad de los romances tórridos? ¿A quién nos cogeríamos diciendo que por ahora cubrimos los estrenos en DVD del Gaumont pero hay chances de que pronto reseñemos las películas que queremos?2 ¿Y por qué deberíamos esperar oportunidades de laburo de una generación de críticos que sucumbió al materialismo pero nos quiere dar lecciones de rebeldía periodística?

La idea, obviamente, es construir algo más allá de la comodidad del cascoteo. En unos años podremos mirar hacia atrás en el material que produjimos, y ver si realmente ventilamos una habitación encerrada o fuimos meros barderos por algunos meses. Es muy importante que sepamos ser buenos curadores de una época bastante confusa, que descuajeringó completamente las fórmulas de la crítica, en sus canales, códigos y accesibilidad. La salida más simple es la de los formatos: ya sabemos que nadie nos limita a gastar más o menos caracteres sobre una película, hacer un comentario socarrón por Twitter a la salida de una privada, publicar (perdón) un análisis estadístico de una película o escribir 10 mil caracteres sobre las motos en las películas de Campusano, si quisiéramos. La renovación más complicada de emprender es la de los argumentos en las reseñas propiamente dichas, las que necesitan más párrafos porque existen cosas que necesitan explicarse mejor. Limitar la crítica a un tweet o a un razonamiento haragán es terminar con la debacle que viene provocando la "vieja crítica", repitiendo adjetivos semana a semana y recurriendo cada vez más a las sentencias salomónicas para sacarse de encima el problema de tener que justificar sus argumentos. Las imposiciones de los medios tradicionales podrán contribuir a que un tipo que está hace 20 años en el ambiente termine acostumbrándose a una pluma inerte, pero aquellos que no debemos bancar a una familia con lo que escribimos no tenemos por qué enfrascarnos en ese modelo.

Una nueva crítica debería tener mayor autonomía respecto a las agendas de estrenos comerciales y alternativos, para que la superposición de trabajo no condene a la calidad de lo escrito; debería estar amigada con nuevas tecnologías y estéticas sin dejar de considerar que al final un argumento expresado en la extensión apropiada es el mejor argumento, tiene que romper el amiguismo corporativo del ambiente hasta que se comprenda que esto no implica llegar al puterío anónimo y personal, y tiene que incluir una mirada filosófica y de cualquier disciplina que permita exprimir más aspectos de los fotogramas. En la práctica profesional el principal obstáculo para este ideal es la obligación de reseñar varios estrenos semanales con fechas de publicación muy próximas (aunque algunas funciones privadas se anticipan bastante al estreno), pero las publicaciones digitales inexplicablemente se amoldan a los estándares impresos, por lo que una lectura superficial sale publicada sólo por garronearle visitantes a la competencia, o vaya a saber uno por qué motivo.

Con el acceso enorme a distintas corrientes, disciplinas e influencias, es una picardía que las escuelas críticas posibles de formar no se encuentren ni choquen entre sí. La crítica se las arregló para absorber la inmadurez de la discusión política argentina, derivando las discusiones en atrincheramientos típicos de un móvil de Eduardo Feinmann con un estudiante, con grupos que emprenden defensas corporativas de sus miembros y eligen la tranquilidad de moverse entre amigos a encarar debates (que deberían mejorar para evitar caer tan rápido en los resentimientos y pases de factura, pero que no van a crecer evitándose). En cambio, el enfoque político y organizativo sobre el cine suele consistir en apreciaciones personales sin investigación previa: el mejor ejemplo son las coberturas que pretenden sentenciar el estado de un festival, una industria o una cinematografía basándose exclusivamente en el pequeño espectro personal del crítico, que sin acceder a un poco de información ajena o calificada declara el fracaso de la programación de un festival sólo porque se cruzó con malas películas. Reducir el espacio de acción a la calificación de películas es inadmisible: los avatares políticos, comerciales y culturales alrededor del cine condicionan lo que podemos ver en un festival, o el mismo circuito comercial.

Lo más importante que tenemos en este momento es la posibilidad de reescribir o instaurar por primera vez las nociones sobre lo que estamos viendo. Deleuze, Hithcock o Eisenstein no tenían idea de que hoy estaríamos viendo las películas que se nos cantan en una laptop, que la Red está cada vez más cerca de la calidad del fílmico o que una hipster histérica puede jugar al montaje analítico en Vine. La vieja crítica se acomoda al nuevo panorama como puede, intentando amoldar los cambios a sus necesidades laborales y vedetismos de crendencial. A nosotros no nos apura nadie.


1: esto no fue una constante y de hecho tuve mayormente experiencias muy positivas; no quiero hablar desde el resentimiento.

2: sin intención de desmerecer a ninguna película u origen, sólo ejemplificando el arranque que experimentan los nuevos miembros en algunos medios. Y no estoy metido en esto por el levante, claramente.

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