2012: 25 discos


25

Blues Control - Valley Tangents

No pude encontrar el momento exacto con imágenes, pero desde la primera vez que escuché Valley Tangents pensé que perfectamente podría ser el disco de la banda de café concert que el militar les recomienda ir a ver a los Spinal Tap. Varios otros discos de 2012 desafiaron con mayor fuerza la confianza del oyente en lo genuino de sus sonidos, pero ninguno tuvo tanto esfuerzo en la ejecución de los instrumentos. Es que la música de Blues Control está muy lejos de ser hecha irónicamente, pero bien cerca de todo cliché que puedan recordar de lo que escuchaba algún tío tan fanático del rock progesivo como para tirar formaciones de bandas como si fueran equipos de fútbol. Más bien el disco se codea con un sonido propio del Steely Dan más snob, o de un solo de Traffic que dura menos de diez minutos, aunque con una menor obsesión por la fidelidad del corte final. Si prometen no recomendárselo a ninguna persona menor de 40 con la que quieran tener alguna relación, va a ser una gran escucha.

24

Sun Araw & M. Geddes Gengras Meet The Congos - Icon Give Thank

La serie FRKWYS de la editora RVNG tuvo en sus ocho volúmenes anteriores la picardía de juntar nombres con tan buen criterio que los discos que se produjeron siempre estuvieron algo debajo de las expectativas, además de que en varias ocasiones se disolvieron las virtudes particulares de los convocados. Sin tener el trasfondo necesario en Sun Araw, Pocahaunted y los Congos como para dictaminar que Icon Give Thank considera adecuadamente pergaminos y estilos, simplemente salió un muy buen disco de Dub, donde los nerds del sintetizador respetaron el cuelgue del ritmo ancestral sin perder virtuosismo en su campo, un cruce que fascina a nos los turistas y no debería indignar a aquellos con la potestad de levantar el índice hacia Nairobi y acusar falsedad. Si se sienten inspirados fíjense qué tal lo que hicieron Ricardo Villalobos y Max Loderbauer sobre un track de The Orb con Lee Scratch Perry, y hablaremos algo más en el puesto 12.

23

Benoit & Sergio - New Ships EP

En el año más ortiba para la música electrónica en mucho tiempo (ver puesto 19), el mejor EP de Benoit & Sergio hasta la fecha llevó las cosas a lo que en Argentina serían unos años atrás, el sonido de la Metro cuando una bebida alcohólica quería prender en un target ávido de tweetear qué disco está sonando y qué trago está tomando en directo. De todos modos ninguna canción en New Ships pasaría una reunión de creativos en Puerto Madero, con letras conscientes de las responsabilidades una vez cumplidos los 30 y bases tan relajadas como firmes en su postura de no explotar en un bajo demasiado catártico después de dos estrofas. La canción homónima se rebela bien bolichera, pero confiamos en el mal gusto de nuestros publicistas para no quemarla.

22

Las malas amistades - Maleza

Con la atención exclusiva de los blogs anglosajones (descubierto gracias a Gorilla vs. Bear) y casi imposible de rastrear, desde Bogotá salió un disco Folk de 28 canciones por debajo de los 4 minutos, letras antojadizas en voces neutras e instrumentaciones curiosas de Casio. Claro que todo esto es novedoso para gente que no lleva casi una década soportando a la pandilla de Minimal, Mimi Maura y sus derivados indies, el Folk de palta y vino tinto y Onda Vaga y la iglesia de jóvenes palermitanos conversos a los pantalones de bambula. Si a un disco nuevo no le proyectamos el patrón de los problemas que tuvimos con discos anteriores no vamos a sufrir tanto (o quizá eso aplicaba a las novias), pero con disfrutar del anti-Freak Folk de Violeta Castillo y Paula Trama van a poder meterse tranquilos en Maleza. Es conseguible en Soulseek.

21

Symmetry - Themes for an Imaginary Film

Del destape creativo del productor Johnny Jewel durante 2012 (todo está en su SoundCloud) me quedo con la banda sonora que había preparado con Nat Walker para Drive. El material no fue usado, y ya no hay ninguna necesidad de acudir a la película: dos horas de Synth Noir sostenidas como las miradas sensuales en Kill For Love de Chromatics o la angustia en una Batman de Nolan. Pese a esto se nota el oficio del dúo en adaptar su tamiz electrónico a la variedad de momentos de la película (cualquier película urbana y oscura), si bien el disco queda condicionado a su condición fallida de soporte, y la escucha se complica con semejante duración. No renegar de alinearla con su par de Reznor y Ross en 2010: maestría del dominio electrónico y acústico para plasmar un sonido propio en un contexto ajeno.

20

Julia Holter - Ekstasis

Una sobreviviente de adicción a la producción en dormitorio (lo cual nunca se notó tanto) con la obra menos baqueteada de la actualidad. Hizo muy bien en encarar desde un principio (Tragedy, del año pasado) un sonido con Laurie Anderson como faro y en Ekstasis fue capaz de aplicar su obsesión por hacer todo barroco a canciones con estructuras más rigurosas. Los dos discos son engañosamente parecidos, pero ahora muchos tracks del debut parecen interludios ambientales para ventilar al Pop de sacra de Ekstasis.

19

Actress - R.I.P

Swim de Caribou pudo tener tranquilamente la culpa: nadie quiso hacer bailar demasiado este año. Y Actress viene recorriendo esta senda antes que muchos, pero la contundencia de R.I.P para acercarse a la pista a incomodar puso las cosas en perspectiva y provocó la creación de varios términos para un género inventado este año. Voy a llamarlo Anti-House: tiene el pulso, el bajo y el sintetizador, y ningún atisbo de conjugar estos elementos en pos de darle una mano a un DJ. Es cierto que nunca escuché algo de Actress en Sobremonte, y que para intenciones truncas de música House está el puesto 13 de esta lista, pero el trabajo de Cunningham está signado por las ganas de desarmar, romper, deconstruir: el ritmo en R.I.P queda por la mitad, no llega a construirse o sale tremendamente vestido y parece dejarse el calzoncillo en la cama.
 
18

VVAA - Don't Break My Love: A Collection Of Lost Memories From Sunset & Clown

Un chico de 22 años que crece acomodado y culturalmente estimulado entre dos países completamente distintos no sólo es capaz de sacar el debut más exitosamente snob en mucho tiempo y vendérselo a Resident Advisor como oro (es efectivamente un gran disco que omití en 2011), sino que también puede fundar su propia editora y sacar un disco colectivo que hasta que fue pirateado sólo podía escucharse en un cubo de edición limitada. Don't Break My Love cumple como producción coral en dar impresión de la existencia de una cofradía (Jaar acostumbra tocar con amigos de la infancia) de gente interesada en el punto muerto donde un acordeón y un violín pueden apoyarse en golpes producidos por una Mac. Un punto muerto como la casa de té donde estas canciones deberían acompañar los domingos de nuestras madres.

17

THEESatisfaction - awE naturalE
El dúo fue colaboracionista en el nacimiento del Hip-Hop cósmico a cargo de Shabazz Palaces, participando en Black Up de 2011. Y aplican un enfoque más o menos similar a un R&B claramente heredero de Erykah Badu, pero menos interesado en instalar climas que en tirar algunas ideas sueltas sobre sampleos originales e inconclusos. Pese al tratamiento de snack sobre varias canciones, algunas otras (QueenS, Existinct, Sweat, God -con devolución de gentilezas de Ishmael Butler-) encuentran un camino con principio y fin, que no necesariamente incluyen estrofas y estribillo. Grandes singles recientes fueron armados con segundos sampleados por J Dilla, y THEESatisfaction podría presentar un disco menos inquieto sin dejar de ser boutique.

16

MediaFired - The pathway through Whatever

Canciones populares mal consideradas, institucionales, material corporativo, publicidades, confort, capitalismo, guiño guiño. La obra maestra del género que no tenía nombre fue pergeñada por James Ferraro en 2011, pero este año salieron muchos artistas a puro sampleo y un estilo similar: nació la Vaporwave. El portugués MediaFired entra en la bolsa al ser editado por Beer on the Rug, pero The pathway through Whatever (cassette del año), es demasiado simple y entretenido para tener que filtrarse con ideas demasiado retorcidas sobre un momento cultural que ni siquiera podemos vivir con el tiempo suficiente. El único hilo conductor entre las canciones es el headbanging que permiten en menos de media hora, entre el Dubstep de VHS (Pepsi Van, Cinderella's Big Score) y la hipnagogía murguera de Inner Jerks. Demasiado divertido para el público que llegó a conocerlo.

15

Extraperlo - Delirio específico

La fórmula del Roxy Music baleárico que tan bien funcionó en Desayuno continental (2009), aunque alguien entre El Guincho (productor) o los músicos han descartado los momentos más calmos que aireaban bastante aquel debut. Delirio específico no baja nunca pero tampoco llega a saturar; Extraperlo es heredera de muchos ejemplos ochentosos en su país como para no manejarse con cintura en ese sentido. Las canciones dependen menos de la hermosa voz de Borja Rosal, que aparece seguido entre guitarras y bajos transversales o acompañado en unas armonías maravillosas con Alba Blasi. Ojo con la lujuria que chorrean las letras y la sexualidad bien perturbada en el video del primer single.

14

Ty Segall & White Fence - Hair

El más tranquilo de los 3 discos que salieron de Ty en 2012. Va a ser difícil lanzarse a tirar una bolsa de calificativos cada año, con el ritmo de producción que tiene (2 de estudio, un vivo y un compilado en 2011), pero puede señalarse la metamorfosis exitosa después de tanto ruido, en tan poco tiempo. En Hair y con la colaboración de Tim Presley, Segall da un paso grande más allá de los pasajes calmos de Goodbye Bread, que siempre se diluían en algún asunto con distorsión o un solo. Este es un disco pleno de Garage en otro año de recreo con el Rock para Segall, bastante joven y talentoso aún para tener que decidirse por un sonido que tomar para siempre: en Hair surgen otro tono de voz, ritmos más lentos y exploraciones más pacientes de guitarra por profundizar. Sus mentores de Thee Oh Sees también asomaron exitosamente este año, con Putrifiers II.

13

Ricardo Villalobos - Dependent and Happy

Ricardo se está convirtiendo en el Hitchcock de la electrónica. Dejando de lado cualquier valoración o canon, si juntan las dos carreras a sendas alturas van a ver a dos grandes manipuladores de los sentidos involucrados en sus trabajos buscando desafíos por la mera necesidad de superarse a ellos mismos. No están forzados a satisfacer el gusto del público, no están limitados por ninguna imposición de un jefe (pueden producirse a ellos mismos) y la reprobación crítica que pudieran recibir no podría dañarlos en ningún sentido. Es cierto que en los '60 comenzaron para Hitch los mayores problemas con las actrices, pero esto lo deja a Villalobos aún más cerca de lo que quiero demostrar: la vuelta a la House después de sus vacaciones experimentales de 2011 (Re: ECM, sin dudas la peor omisión de mi selección) está incluso más pasada de rosca de lo que se esperaba de él. Como hace casi 20 años sigue llevando la pelota contra el córner a los 40 del segundo tiempo, pero 8 años después del último LP de estudio hay algunos cambios imperceptibles/totalmente notables: el enchastre de bases jazzeras metidas entre los cuatro cuartos groguis de siempre, algunas canciones desnudas de membranas que pudieron venir sonando desde hace minutos y durar dos horas más pero se cortaron para que quepan en el disco, la ensalada de sonido ambiental (Zuipox) y urbano (Ferenc), y la mayor abominación contra el concepto de canción que conozca de Villalobos al día de hoy: Tu Actitud, track del año y pieza indescriptible que prefiero no saltar a defender.

12

Peaking Lights - Lucifer

936 (la última omisión de discos en 2011 que voy a mencionar en esta lista para no pasar más vergüenza) me dejó un poco mal colocado para el instante en que quise acercarme a Lucifer: esperaba más dosis del Dub de plástico que había en el debut. Evidenciando mi inmadurez en la manera que me relaciono con las cosas y la gente a mi alrededor, tuve que saciar esa necesidad con las remixes que el mismo dúo sacó de algunos tracks de Lucifer. Y recién desde ese punto pude apreciar mayormente el esfuerzo del segundo disco: me doy cuenta de que ni siquiera es tal la escasez de cuelgue respecto a 936. Sí hay una paleta más amplia de paseos en terrenos áridos, que en ritmos más rápidos, letras prístinas y melodías accesibles no pierden el efecto de los hongos en los oídos.

11

Hot Chip - In Our Heads

El regreso al equilibrio distintivo de la banda que se había perdido en el existencialismo excesivo de One Life Stand. Es la vuelta de los contrapuntos tan irónicos como para que Hot Chip esté cada vez más afianzado en las responsabilidades de una adultez en el Pop: donde siempre estuvieron las armonías de Motown saliendo de cabezas pálidas sobre cruces de sintetizadores, los cultos a la monogamia eterna en paquetes hechos para el top 40 y los himnos de FM en el taxi de vuelta a casa en la mitad del disco, hoy se suman los singles de 7 minutos donde un estribillo no se repite durante los últimos 3, las reflexiones subliminales entre instrucciones de baile y el camino propio del que Hot Chip puede presumir en los primeros signos de anarquía en la electrónica desde que DFA no significa algo en concreto.

10

Traxman - Da Mind of Traxman

La curiosa historia del género musical que encuentra un disco que redescubre sus posibilidades de expansión durante el mismo año en que el género se hace conocido. Esto es un poco porque los más despiertos supieron sobre el Footwork con unas compilaciones en 2010 y 2011, y por otro lado porque, en el fondo de nuestras conciencias, no creemos que se pueda ir demasiado lejos con ese ritmo y los sampleos tartamudos. Y Traxman logra muchísimo, la verdad: una gran nube donde el Juke se confunde con Jazz, House, Techno, Hip-Hop instrumental, Brostep, ¿¡Samba?!, Lounge, Prince y un borrador de sí mismo para un posible futuro, popular y próspero. No olvidemos que hay gente en Chicago que usa esto hace años para bailar. Rashad y Spinn hicieron los otros grandes aportes al género en 2012, en los dos volúmenes de Teklife.

9

Dent May - Do Things

La crítica negativa común a Do Things tuvo un tufillo al ensañamiento de Pitchfork contra el Weezer contemporáneo, exigiendo algo innecesario detrás de la simpleza del mensaje del disco, una supuesta complejidad que termina homogeneizando a tantísimos estilos en cuestión de meses. El disco tiene la inocencia genérica de las cosas que los Animal Collective deciden editar como si estuvieran envidiosos: las armonías de Beach Boys que Dent May maneja de taquito pero con el equipamiento de una banda de fiesta de casamiento (en ácido, declaró el músico) en vez del ukulele del disco anterior. Las letras, recontra poperas, se permiten algún retrato de las decepciones particulares de cualquier familiar nuestro, esas de las que no escaparemos con ninguna posmodernidad.

8

Swans - The Seer

A mi favor voy a dudar de que teniendo más música encima, más años, un gusto más amplio, un hermano que me hubiera hecho conocer a Swans hace un tiempo, estudios musicales o 666 de Aphrodite's Child en vinilo yo podría escribir algo sobre The Seer que ocultara el hecho de me enteré de todo por una etiqueta de Pitchfork. El placer que brinda disfrutar de estas aristas del Rock a esta altura de la música me parece suficiente.

7

Tropa Macaca - Ectoplasma

Descubierto de casualidad, viendo qué hacía un nombre en español editado por Software, el área que tienen Joel Ford y Daniel Lopatin dentro de Mexican Summer. Tropa Macaca es en realidad un dúo portugués, pero el sonido encaja perfectamente con lo todavía poco que Software viene lanzando: son dos singles tremendos de 15 minutos, salidos del mismo basurero de sintetizadores donde surgen los discos de Oneohtrix Point Never, pero evidentemente con una mayor paciencia para ir construyendo pequeñas suites Noise, con variedad de partes pero en continua tensión.

6

Mac DeMarco - 2

Un disco medio hermano del puesto 9 en sus descripciones tan amables del paisaje pequeño y tiernamente triste de cualquier hogar en un suburbio blanco. DeMarco se mete además en la matriz del sonido de un lado B en un cassette medio gastado de Matador Records, como en una ópera narrada por un slacker, Fry de Futurama antes de los viajes en el tiempo o cualquier amigo nuestro reconocible en jogging y campera Adidas trucha. Hubo tal obsesión con la idea del zeitgeist que DeMarco representa que Rock And Roll Night Club, su otro lanzamiento de este año, perfectamente puede ser la banda sonora en la vida del personaje surgido en 2. Si llegaron a los 30 sin hacerse demasiado daño y escucharon a los Departmentstore Santas de jóvenes, el disco es un premio a la supervivencia.
 
5

Killer Mike - R.A.P. Music

Todo en el Hip-Hop necesitó ser justificado con varias vueltas en 2012, buscándole la quinta pata a la mixtape de un chico de 17, declarando el status clásico del disco de Kendrick Lamar o teniendo que justificar el gusto por Chief Keef porque este año fue noticia más seguido por sus conflictos de barrio que terminaron con un pibe asesinado a tiros que por cualquier lanzamiento musical. R.A.P. Music parece un título puesto a propósito en ese contexto, y es un disco que suena como un despertador bidireccional en el Hip-Hop: llamado a jóvenes demasiado enroscados en boludeces sin siquiera haber firmado un contrato, y mayormente una lección de compromiso a otros rappers del mainstream. ¿Por qué la primavera obamista tendría que calmar cualquier reclamo? Killer Mike se mete en algunos tópicos que no dependen de quién gane una elección o que se sancione una ley de salud, y dispara algunos existencialismos sobre el Hip-Hop con el entusiasmo propio de quien tiene toda la vida por delante. Esa es la irónica merma en estos tiempos de sobreproducción: jóvenes con entusiasmo noble en el género, adultos con conciencia de los problemas a su alrededor. ¿O realmente tengo que escuchar el nuevo de Kendrick Lamar?

4

Ariel Pink's Haunted Graffiti - Mature Themes

Es un disco mejor que Before Today porque es un disco más melómano: las excavaciones de Ariel están dando material nuevo después de mucho tiempo, teniendo en cuenta que Before Today es un disco de covers. Y es el principio de una profesionalización inédita en su carrera, con giras mundiales, responsabilidades con la editora y presupuesto para trucos de estudio más complejos. Da ahora la sensación de que cualquier influencia aplicable se disolvía previamente en el filtro del lo-fi, y ahora se distinguen orígenes nuevos: Mature Themes es un disco de Zappa si las Mothers of Invention fueran una banda universitaria. Y lo que separaba a Ariel de Zappa era un respeto mucho menor por la técnica con los instrumentos, un numerito que prácticamente no podía hacer sobre el escenario cuando estuvo en Buenos Aires. Se convirtió en un músico condicionado por las intenciones de llegar a un sonido complejo, que sigue pareciendo hecho hace 30 años pero con un nivel de apreciación para los detalles que no existía por ese entonces. Para sentirse joven otra vez siempre tendrá sus recreos de 62 canciones con R. Stevie Moore.

3

Death Grips - The Money Store

¿Alguien recuerda en serio a qué se le decía Hardcore Rap? Eran bodoques de resentimiento en atuendos enteramente negros, las pieles pálidas de quedarse llorando en la pieza, letras solemnes atormentando las venas de chicos que nada más tenían demasiado tiempo libre. The Money Store es solamente un MC muy enérgico sobre los beats más vertiginosos desde Fear of a Black Planet, un producto que demuestra cuánta apertura musical y mental es necesaria para instar a la catarsis. El colchón de ruido multicultural, Brostep meets Bollywood que construyeron Zach Hill (a quien tal vez conozcan del volumen insoportable en los discos de Marnie Stern) y Flatlander se para de manos con total dignidad ante la canilla de ira de MC Ride. Es lo hardcore entendido a la manera de John Waters, el pogo con invitación a todos los freaks que Odd Future y M.I.A. fallaron en construir. En entrevista con Pitchfork se revelaron algunas ideas maravillosas sobre la música y la manera en que la llevamos por la vida, bastante alejadas del barullo berreta que provocaron con Epic Records.

2

Voices From The Lake - Voices From The Lake

El disco para auriculares del año, y un ejemplo inmejorable sobre los orígenes inciertos de las obras que pueden cambiar a un género: el DJ set de un productor y un ingeniero italianos para un festival hecho sobre un escenario absurdo montado en Tokio. Difícil de expresar es el manjar auditivo que representa el set en sus distintas escenas, pero después de varias escuchas enteras las canciones van cobrando más virtudes en lo simple de su arquitectura: con los pocos elementos que van superponiéndose (percusiones, sintetizadores, bajos tímidos y una banda de sonidos ambientales), tomar dos tracks distantes entre sí y ver la distancia abismal que el set fue recorriendo en el medio, no poder distinguir el paso de los tracks si no se presta atención a los cortes de los archivos, apreciar las pequeñas piezas que se arman juntando dos o tres partes consecutivas, aislar una canción distinta cada semana según qué parte del set se haya pegado. La cumbre en la obsesión de Donato Dozzy y Neel por pegar el Techno a los sentidos hasta que forma parte de nuestro ambiente.

1

Frank Ocean - Channel Orange

Todavía me sorprende la frialdad con la que pude reseñar Channel Orange hace unos meses. Ese intento de profesionalismo era más bien una necesidad: vivía tiempos bastante enroscados y empecé a pedir discos en Rocktails como una manera de apuntalarme a escribir con un plazo más o menos fijo y quitarme pensamientos tortuosos de la cabeza por un par de días. No había pedido específicamente Channel Orange, sino que fue el primer encargo que me hizo la editora del sitio, y no sé si tenía la intuición de que el disco venía con una carga importante que me iba a detonar muchas emociones latentes, pero hasta que surgió la chance de la reseña me había casi prohibido escucharlo demasiado. Y me cuesta acercármele ahora mismo, después de una recuperación anímica limpia y propia que sin embargo lastimó a otras personas en el camino.

Esa reseña tan sobria fue el resultado de días jugándome el corazón vía mail, llorando espontáneamente y buscándole el ancla a cualquier parte del disco para que me pudiera sacar un rato de un invierno que me tenía desempleado, lejos del estudio y los hobbies y pensando mi vida como si fuera un episodio de Twin Peaks. No sé si consideraba a Ocean como un ícono para sacarme las mochilas (de cualquier tipo de problemas) de encima, pero recuerdo que durante las semanas posteriores al lanzamiento de Channel Orange hice mucha catarsis pública sobre las ollas que se me destaparon en conjunto este año, al estilo de Ocean con el amor no correspondido que sacó a la luz. Una vez que me había cansado de repetir mis problemas en voz alta empecé a moverme con una paciencia inédita en la dirección de las cosas que me llenan, y de repente estamos a fines de diciembre y me encuentro imperturbable frente a las cosas que me jodieron por meses.

No encontré un disco que me gustara más que Channel Orange en todo el año. Lo puse en el trabajo varias veces, hablando encima de las canciones con compañeros, y ni de fondo pierde la calidad que le notaba objetivamente cuando andaba con mal de amores. Ocean será capaz de sacar discos que les podamos regalar a nuestras madres en Navidad, porque va a ser un crooner que transforme cualquier single en algo aparte. No hay mucho más que discutir: yo hice esa reseña exhaustiva en agosto y ahora merecía descargarme. Ahí decía que Channel Orange será un discazo sin la historia de Ocean encima, pero ignoraba que en 2012 formó parte importante de la mía.

#27MDQFest, los cinco anteriores: balance




El camino de cinco años que se cumplen bajo gestión de José Martínez Suárez no consiste en un ascenso desde la primera edición (2008), sino en algo como una recuperación, desde el año siguiente: el festival sufre un recorte importante de presupuesto, que quita salas, películas, días, invitados y despliegue urbano, e interrumpe de arranque la radicación de ciertas ideas de programación que empezaban a dibujarse sobre un molde bastante similar a lo que entregaba la gestión Pereira (espacios aparte al cine nacional y latinoamericano, estrenos fuertes de Europa y Asia, alguna variación de la sección Contracampo de los noventa para un público alternativo que ya se había renovado). Mayormente obligado por la plata en falta que motivado por convicciones u objetivos, Mar del Plata declara encarar un enfoque filmocéntrico desde 2009, mientras se repliega rápidamente a las proyecciones en Beta para varias secciones, y a la selección de muchos productos provenientes de televisión e Internet.

Por lo menos dos ediciones fueron precedidas por un barullo de meses sobre la posibilidad de que el festival fuera anestesiado o cambiado de ciudad. El INCAA comenzó a organizar la semana con la provincia y el municipio, y en semejante previa Liliana Mazure exigía desde Buenos Aires una dirección y un perfil. Desde 2009 Ventana Sur se llevó a Capital el mercado de películas, una decisión razonable cuando la feria se armaba en Mar del Plata mientras se caía el techo del hotel Provincial, pero que también desconectaba a sus participantes del flujo mayor de películas y personas del ambiente (desde allí empiezo a tocar de oído y alguien sabrá decir mejor si la decisión convino).

De 2008 hasta acá el festival y su gestión actual desplegaron una serie de virtudes, defectos y características neutrales, propias de cualquier festival y propias de la historia y presente de Mar del Plata como evento y ciudad anfitriona. Todo eso se mostró exacerbado en 2012: en una semana entraron la delegación coreana de directores, Diego Torres, Cristina, Enrique Piñeyro, Pablito Ruiz, un encuentro palpitando las comunicaciones y productos de la ley de medios y otro señalando problemas de distribución en el cine nacional, los rescates de películas argentinas y la ruina de copias de películas extranjeras, las proyecciones en Super 8 con un sitar tocado en vivo y las proyecciones donde el ṕúblico le enseñaba al operador del Ambassador a manejar el proyector de fílmico. Presentando más del doble de películas, el BAFICI ni se acerca a la vorágine que puede representar un día en una rambla con proyecciones al lado de una pista de skate, el movimiento de cinco hoteles llenos de acreditados y la Presidenta haciendo el estreno costero del documental sobre Néstor.

Son varias las líneas, en ciertos casos paralelas, que se fueron trazando para llegar a este panorama.

Programación: cuestión ampliamente tratada en la edición pasada, que aun con algunos aspectos que podrían modificarse se encuentra en una situación mucho más positiva de lo que aparenta. Por cuotas indefinibles de criterio y casualidad hay un equipo de programadores ecléctico en lo colectivo (supongamos un grupo conformado por Alderete, Barrionuevo y Conde y otro por Campos, Flomembaum y Pérez Laguna), y según el conocimiento de gustos que se tenga de sus integrantes pueden distinguirse algunos senderos personales a medida que pasan las ediciones. Las dicotomías se forman solas (viejo/nuevo, latino/coreano, Blu-Ray/Super 8, antropología/frisbees, algunas de las cuales notoriamente se dan entre secciones programadas por un mismo grupo) y más allá de los gustos la programación tiene que considerarse en términos de disponibilidad, cercanía o alejamiento intencional del circuito de festivales, hasta qué punto forzar la variedad de la selección, equilibrar la repetición de lo difundido durante el año con los descubrimientos propios y tener la frialdad necesaria para proyectar menos cosas por mera prolijidad.

Si me preguntan, mucha programación nacional y latinoamericana pierde visibilidad amuchándose en Mar del Plata cuando podría circular mejor en INCAA TV u otros festivales nacionales, y las secciones fijas cuyo hilo conductor es un género o temática sufren un desgaste al tener que curarse cada año, y podrían disponerse con más flexibilidad de selección o incluso realización, para poder ofrecer una mayor regularidad. Estoy en contra de dar funciones a producciones disponibles legalmente en (o creadas para) Internet, y a favor de la presencia/omnipresencia de Peña y Manes, y el material que aportan para una sección estilo Bazofi y proyecciones de tanques clásicos en copias bien cuidadas.

Infraestructura y recursos materiales: la edición 2005 contó con 18 salas, de las que al año siguiente el festival ya había perdido un tercio (Atlas, América, Olympia, Neptuno, La Subasta -hoy teatro Güemes- y el aula magna de la facultad de derecho). Para el 2008 Peña usó la cueva del Olympia para pasar cosas como Nobleza Gaucha con música en vivo, y en 2009 se perdieron esa sala y las dos del shopping Los Gallegos. Desde 2010 se recuperaron estas últimas y se mantiene una cantidad de 12, sumando 4 del Ambassador, 4 del Paseo Diagonal, el teatro Colón y la sala Piazzola del teatro Auditorium.

Se me escapan los motivos reales por los que hayan dejado de utilizarse las salas mencionadas, pero obviamente la reducción presupuestaria y/o de películas pueden ser las principales razones. Hay otras: el complejo América-Atlas y las salas Neptuno y Olympia no funcionan como cines desde hace varios años, abriendo solamente para las obras teatrales veraniegas, y lo mismo sucede con el teatro Güemes (sala inconveniente por zona y "comodidades"), que igualmente funciona durante una mayor parte del año, mientras que el aula de Derecho alojó durante algunos años un espacio INCAA con resultados pobrísimos, para dejar de proyectar películas hace un tiempo largo.

El problema no reside en las salas que no están. Las que se usan todos los años dan justo con la cantidad de películas que el festival abarca, pero las condiciones de exhibición repiten a cada edición los mismos baches: el proyector del Auditorium deja en banda a películas de las competencias y funciones en fílmico que agotan más de mil entradas, las Ambassador 3 y 4 se invaden mutuamente con el sonido de las películas que pasan, y las salas del Paseo y el Ambassador 2 (la del diseño en herradura donde se puede estar incómodo sentándose en cualquier butaca) se suelen ver sobrepasadas de gente cuando se les asignan funciones de alta relevancia festivalera. Otros problemas determinados de imagen y sonido afectan a cualquiera de las salas en momentos aleatorios: los complejos de Mar del Plata sufren durante el todo del año a operadores complicados tanto por la desaparición progresiva del fílmico como por las novedades que trae el digital. Para recursos humanos, igualmente, el siguiente ítem.

Staff: voy a plantear tres posibles mejoras desde la completa ignorancia de situaciones de trabajo, jerarquías y vías de concreción (incluso de saber si lo propuesto está de hecho funcionando): la inclusión de un puesto que le quite a los programadores la tarea de gestionar cada copia o invitado necesarios para la presentación de una sección o película, permitiendo así que las selecciones vayan amoldándose con mayor tiempo y comodidad; una coordinación técnica equipada para resolver cualquier cuestión surgida en la proyección de cualquier sala del festival, y direcciones en cada departamento que puedan capacitar adecuadamente a los voluntarios que tendrán que lidiar con los típicos contratiempos, público y divos de un festival. Es harto sabido que igualmente ninguna utopía de personal llegaría a prevenir todos los problemas que pueden surgir.

Actividades paralelas: más allá de las charlas y presentaciones de libros hay proyecciones, exposiciones y otros eventos que crecen, decrecen o merman casi aleatoriamente año a año (mencionamos al principio que el mercado se mudó a Capital), muchas veces sin ser merecidamente difundidos, y quizá debido a eso. Programa País organiza mesas interesantes y trae a muchos estudiantes de cine y gente metida en el fomento del cine en el interior a analizar las condiciones de la cultura cinematográfica argentina, de lo cual prácticamente nada termina al alcance del público (bajen el video resumen que se ofrece al final de ese link si no me creen); el Encuentro de Comunicación Audiovisual palpitó algunos aspectos que la Ley de Medios viene a cambiar, con un grado de injerencia en la semana festivalera que quiero discutir en el siguiente ítem, mientras que este año se adjuntaron dos eventos que venían realizándose en la ciudad pero lejos de noviembre: el concurso de filmación express Cinexperiencia y la maratón de 24 horas de cine nacional en la sala Melany, una idea que prende increíblemente bien todos los años para una ciudad bastante traicionera hacia su supuesta tradición cinéfila (para hablarlo en otro momento). Se enfilaron unos cines móviles relucientes en la rambla de la Bristol, que no sé si fueron usados este año o simplemente presentados en el marco del ECA. Durante el invierno y desde hace algunos años, el festival presenta algunas películas de la última edición en muestras itinerantes por algunas ciudades que vaya a saber uno si proyectan algo comercial por el resto del año (en este sentido el BAFICI se dispersa siempre por ciudades más grandes, movida menos federal pero más práctica), y organiza un ciclo de películas nacionales como previa en Mar del Plata, semanalmente en el teatro Colón. Son muchas cosas aprovechables de las que siempre cuesta enterarse.

Presencia oficial: cuando se corría la bola de que el INCAA pensaba en algo parecido a desprenderse del festival, se me ocurrió levantar el índice y plantear que ningún gasto podía ser en vano si el gobierno lo aprovechaba como vehículo para hablar de la ley de medios, los canales de tele que iban a llegar o los proyectos del Instituto. Si me escucharon a mí, yo no hablaba demasiado en serio: por lo menos no para que esos anuncios llegaran a opacar los tópicos más festivaleros en la presentación que se hizo este año en la Manzana de las Luces, o menos para que el festival se politice al punto de seguir descuidando los aspectos logísticos básicos en la sala de prensa o la cabina de proyección, mientras la plata que podría solucionarlos se gastó en habitaciones de hotel para camarógrafos de canal 7, o asistentes inertes al Encuentro de Comunicación Audiovisual. La imagen naif que se me venía a la mente era la de un stand del INCAA, la Afsca y la TV pública en el Auditorium, que sirviera de puesto de información para realizadores, productores y público en general sobre las herramientas a disposición hace 5 años, hoy mismo y post-7D. Contra la realización del ECA en pleno festival tengo simplemente una cuestión pragmática: es un evento que Cristina mediante pisó mucho más fuerte, y podía hacerse en cualquier otro lado y momento del año, llevando tanta o más cantidad de gente (varias charlas interesantes en aspectos de la Ley de Medios que quedan detrás del tema Clarín superpuestas en la ya cargada agenda del festival) y sin necesidad de coparle tanto la parada.

Promoción y despliegue: las ediciones 2011 y 2012 terminaron con años -provenientes de gestiones anteriores- de poca, mala y tardía publicidad del festival, que llegaron a levantar voces sobre la falta de público no especializado en las salas, justamente en el evento emblema de los jubilados en el Auditorium. El paso de marzo a noviembre -desde 2008- pareció afectar la presencia otrora clásica de los mayores de 50 (discusiones sobre moral en plena proyección de películas más o menos vanguardistas), y si bien se debió principalmente a buscar una mayor comodidad en el reparto de películas con el BAFICI, y cayendo cada año en los períodos cruciales para estudiantes de entregas y finales, logró una distribución más equitativa de distintos grupos acordes a la onda de cada sección. La publicidad estática supo de fiascos en varias ediciones y desde hace dos años aparece por muchos rincones recónditos de Mar del Plata, mientras que la televisiva acompañó los entretiempos de muchos partidos de fútbol. Otro día discutiremos cuánta gente fue a ver Vida en sombras o alguna película del foco coreano influenciada por una publicidad con Fierita o Agustín Pichot.

Frank Ocean - Channel Orange


Esta reseña aparece originalmente en Rocktails, en versión levemente editada. Venía escuchando bastante el disco antes de que se me asignara reseñarlo, casi por razones terapéuticas, y Nayla permitió amablemente que publicara la versión completa por acá. El puntaje original que le di al disco fue un 9.2.

Un tornado voló alrededor de mi habitación antes que ustedes vinieran, disculpen el lío que hizo”. Traducir incorrectamente la segunda persona en la frase que abre Thinkin Bout You, como si nos hablara a los espectadores y no a esa personita especial en escena, puede servirnos para intentar resumir y separar de arranque los muy divulgados sucesos que atravesaron la carrera y vida de Frank Ocean, desde que se enamoró perdidamente de alguien sin recibir el mismo sentimiento a cambio (algunos párrafos más adelante veremos por qué puede importar que esa persona sea un hombre) hasta que el año pasado, con la salida de Nostalgia, Ultra, se distanciaba con brillo de las controversias de plástico que sus amigos de Odd Future plantearon en vez de intentar hacer un disco coherente. Nostalgia, Ultra, justamente, se sumaba a ese flirteo con el profesionalismo propio de los miembros de OFWGKTA, mientras dejaba la sensación de que había una búsqueda sonora seriamente cautivante, una sugerencia elegante de cuánto Frank Ocean podía subirse el listón en el futuro.

Desde la edición de aquel álbum, y sin certeza cronológica de los hechos, el cantante aportó una participación al disco de Jay-Z y Kanye West, rechazando una propuesta de producción de este último por la voluntad de emprender una carrera con sus propias armas; y aceptó un contrato con Def Jam pero frenó la edición de una versión de Nostalgia, Ultra limpia de sampleos imposibles de acordar, los cuales habían despertado reacciones disímiles entre algunos artistas citados: Don Henley de los Eagles o la misma Warner amenazaron con acciones judiciales para que Ocean no tocara American Wedding en vivo, mientras que Coldplay se lo llevó de telonero por Europa, como reconociendo el perfecto empalme del final de Strawberry Swing.

Si Nostalgia, Ultra suponía una tierna promesa de los viajes que podrían emprenderse cuando Ocean tomara nuevamente el timón de su búsqueda, Channel Orange es una confirmación avasallante. Un disco que ratifica su capacidad para unir las distintas direcciones que el R&B, el Soul y el Hip-Hop pueden emprender desde que sus diferencias sonoras entre independencia y mainstream se están borrando sin demasiada resistencia. Hay más colaboraciones musicales entre artistas consolidados y veinteañeros recién iniciados (Ocean mismo en Watch The Throne es un ejemplo), artistas que notoriamente encolumnan al mainstream de la música negra en sonidos disímiles (The xx, James Blake) y un reconocimiento creciente de la crítica alternativa a figuras largamente establecidas en la escena de las grandes discográficas: la cruzada de The-Dream (nombre que asomó desde los singles más recientes de Beyoncé) hacia el mejor sonido de Prince posible parece ser tan bien recibida por los blogs abonados al Indie que por los puestos en Billboard.

Por todo esto sorprende que según muchas reseñas las influencias reconocibles en Channel Orange se limiten a nombres de las figuras reconocibles por clásicas, cronológicamente desde Marvin Gaye e incluyendo a Prince, Sly Stone o Stevie Wonder. Arriesgando poco con agregar la sensibilidad instrumental de Curtis Mayfield y artistas derivados en blaxpoitations y corrientes conscientes del Soul, quizá también sea justo mencionar que algunas de las marcas más concretas del disco provengan de tiempos mucho más cercanos, incluso corrientes: Frank Ocean encara, en algunos tramos del disco, la misma búsqueda irreverente del clasicismo que planteó el Neo-Soul en los '90, incurriendo también en la alteración del formato de las canciones y los discos, entre interludios y volantazos, de la misma manera en que lo hicieran D'Angelo en Voodoo (2000), o Erykah Badu en New Amerykah Part One: 4th World War (2008), mientras maduraban junto a la corriente que constituyeron. Tener en cuenta los 24 años que lleva Frank Ocean es pensarlo, a la vez, como el producto y el impulsor de cambios del Soul, el Hip-Hop y el R&B recientes, y de las conjunciones que pueden darse entre estos. Por cuestiones de géneros musicales, naturaleza de los relatos, el formato de un disco en tiempos de preponderancia del formato digital y canciones como Lost, Pink Matter y Pyramids (esta última que parece un demo perdido de Kanye West), es imposible pensar a Frank Ocean sin atravesar las dos últimas décadas. El aspecto menos amigable de Channel Orange no escapa a esta noción: las pequeñas piezas que se escuchan en tracks como Fertilizer y End (esta última fue presentada como fragmento de una versión limpia, llamada Voodoo) deslizan la idea de descartes que pudieron haber sido canciones impresionantes.

Cuando se ponen las manos estrictamente sobre lo sucedido en Channel Orange, sin embargo, puede hablarse de una influencia que se desentiende de otros ejemplos contemporáneos: el periodista Nitsuh Abebe señala con buen tino cómo Frank Ocean se para en una postura distinta a observar el hedonismo, la comodidad y el aburrimiento que lo rodean, y de los que al menos en el estribillo de Novacane parecía formar parte: una mirada impresionista y casi objetiva de los excesos que matan el tiempo de los niños mimados. Lejos de la construcción de poses o el exorcismo de lo cometido en el VIP de la vida, Frank Ocean tiene una necesidad mayor de sacarse de encima algunos malos recuerdos, entre los cuales está esa noche lluviosa representada en el último track del disco: la confesión en la camioneta, su amigo que digiere la declaración como puede, se mete en la casa y sube las escaleras para ver a la novia. Ese desparpajo para hablar de su corazón es lo que le permite contar las historias propias y ajenas de este disco, jugar a cantar como sus ídolos y brillar por sí mismo, ventilando además una habitación encerrada como es la conciencia de la felicidad propia para la música urbana negra, si eso implica abrirse sobre preferencias sexuales: magistral demostración de lo alegre que puede resultar la liberación mental en el género.

En algún tiempo debería ser injusto caer sobre este álbum sin discriminar la historia personal que en parte lo edifica. Hoy por hoy, su aspecto estrictamente musical parece tan sólido que el análisis escapa inevitablemente a la construcción de una película propia alrededor de las canciones, y las circunstancias que las inspiraron. Lo cual no deja de ser un mérito válido.

Boiler Room cambió la forma de las cosas que prefiero escuchar



Soy un buen evangelizador en lo musical. Ustedes entran acá desde hace un tiempo o pueden revisar los archivos para saber entre qué corrientes me muevo, y si me siguen en Twitter llegan a presenciar en directo cómo se me bifurcan, quiebran y doblan las obsesiones. Pero mi irrisorio acto de magia se produce cuando el resultado de esos volantazos se exhibe ahí donde no está ninguno de ustedes para favearme, felicitarme o agitar la cabeza por complacerme.

La noche de un hotel junto al mar, vacío salvo por posibles fantasmas, puede predisponer a quienes la afrontamos a entregarnos mansos a un sonido. Que nos sirva en bandeja las ideas a poner encima de la imagen estática del puente contemporáneo, horriblemente juntado a unas réplicas balnearias de Belle Époque, que además nos impiden ver la orilla del mar al nivel de la vereda. Con mano firme para persistir en un set de celular, o quebrar la ruta reconociendo un error de lista, llegué a poner durante mi turno laboral cosas complicaditas de incorporar al oído, respetadas por las siestas de los compañeros, toleradas por otros parlantes y que en ocasiones llegaron a despertar la aprobación y hasta la curiosidad de quienes, por el azar de los horarios bajados de gerencia, contaron con varios días consecutivos para ser taladrados. Después de ese altísimo levante llegaba el momento más difícil: había que revelar el secreto. Pasar canciones compuestas por una banda o persona deja el asunto en decir "Esto es _________, hacen _______, son bastante buenos", pero de repente me vi teniendo que explicar cosas como que un dúo que se llamaba Games, pero se tuvo que cambiar el nombre a Ford & Lopatin, editó dos cassettes con canciones de los '80 lentificadas, o, con más frecuencia y dando pie al asunto principal de este post, que cierto artista fue invitado a un boliche que tiene muchas sucursales por el mundo a poner música, y que esto que sonaba fue lo que pasó. Que no sé cómo se llaman las canciones.

¿Qué ganará Boiler Room por transmitir DJ sets impensados hasta la fecha en antros de locación secreta y en fiestas efímeras con exclusiva entrada por lista? ¿Cómo llegó a expandirse por Norteamérica y Europa en un lapso menor a dos años? ¿Quién bancó todo eso? Hay una página de información generosa para responder esto, que no me interesa averiguar. Como muchas otras series, sitios y pymes al servicio del Indie, Boiler Room ya está crecido, pareciera ser barato y rentable y ofrece un ritmo de producción que sobrepasa cualquier intento de demanda abarcativa.

Boiler Room llega con su Edipo de revivir la experiencia radio-clandestina de su Inglaterra natal. Anuncia semanalmente sets de distintos artistas diseminados por sus sedes en el mundo, con horario de transmisión a la Internet. Una vez realizado el evento, días después aparece el audio grabado, posiblemente con el video capturado del streaming, y comienza la caza más o menos inútil de nombres de canciones en los comentarios. Ya no se trata simplemente de conocer el gusto de un artista, como en cualquier serie de mezclas en las que se embarcaban al pedo los blogs hace unos años, sino además de ver al artista en otra cancha, probar sus habilidades de DJ, incomodarse a distancia con las cosas que le pasan a la gente que quizá fue pensando en bailar, quizá fue sabiendo qué esperar o simplemente está en la lista y no entiende quién pincha la bandeja, o el touchpad. Según cercanía caprichosa al nicho Indie distintos blogs mencionarán la noticia del set, pero como sucede con las producciones de plataformas como Daytrotter o Yours Truly, es imposible no encontrar una cantidad de cosas a recomendar que saturarían a cualquier entusiasta. Llega el momento de decir que entren, y ya. Está pasando de todo.

¿Qué nos está pasando con los satélites de discos? ¿Cómo podemos incorporar estas grabaciones a nuestras escuchas habituales sin que terminen acaparando toda nuestra jornada audiófila? Como cuando digo e insisto con que las mixtapes gratuitas les sacan mejores ideas a los rappers que sus propios discos, estos pequeños eventos les dan un mayor campo de acción a la creatividad de los artistas, haciendo con las obras existentes -propias o ajenas- lo que quieran en pos de mostrarnos qué puede ser la música según ellos. Entre mis sets favoritos de Boiler Room están los ofrecidos por James Murphy y MF DOOM, desde distintas ciudades pero enmarcados en una especie de clínicas musicales que dispuso Red Bull, el back to back de casi dos horas que emprendieron Jamie xx y Caribou, las grabaciones más recientes a cargo de James Ferraro y A Guy Called Gerald y las de nuevo formato matutino, con Animal Collective y la dupla entre Juan Maclean y Shit Robot. Todo descargable si se saben usar Flashgot, jDownloader u otras herramientas de apropiación de streaming. Spend The Night With... GAMES y la mix de Caribou para el sitio Resident Advisor formaron parte de mis listas de mejores discos en 2010 y 2011, respectivamente.

MCA (1964-2012)



Lejos de poder traer a colación algún recuerdo de fanatismo durante mi adolescencia, o marcar algún tipo de identificación de rebeldía que tuviera con alguno de ellos, los Beastie Boys me marcaron ciertamente hace unos pocos años y en un plano estrictamente musical, no tanto en lo que refiere al sonido sino en la manera en que lo podemos apreciar.

Seguramente hace 2 o 3 años publiqué en La Lectora Provisoria este texto sobre Paul's Boutique de Beastie Boys y Fear of a Black Planet de Public Enemy. Si lo hice en ese blog, de público en su mayoría ajeno al género, fue simplemente por un ingenuo -pero genuino- interés por el choque cultural que pudiera producirse, con más intenciones de mostrar al Hip-Hop como un producto de acceso universal y amistoso que de causar discordia o reacciones hostiles. Lo cual no quita que el hobbie fuera, al principio, de la mano de ciertas fijaciones personales propias de los terremotos sociales en los que quería acomodar mi personalidad de adolescente: el rechazo progresivo que tuve por un círculo de amistades y minas en el que me movía cicatrizó en un desdén hacia poses y gustos musicales muy presentes en los chicos de mi ciudad, juventud rabiosa y liberal con algunas notas rednecks de subestimar la música de los suburbios nacionales y extranjeros, estimando por adelantado que, pongámosle, Pez o Manu Chao hacen canciones con significados y referencias más profundos que los de cualquier artista de Hip-Hop, o Cumbia. Y no es que tal sentimiento me haya surgido espontáneamente por despecho, como tampoco que nunca hubiera minimizado al Hip-Hop, o particularmente a los Beastie Boys alguna vez: fui contemporáneo (y tenía televisión por cable) cuando rotaban los videos de Body Movin', Intergalactic y, unos años después, Ch-Check It Out. Si bien los videos eran geniales y los beats pegadizos, ellos me parecían básicamente payasos, y tanto a los 8 como a los 14 años estaba lejos de llegar a absorber todas sus características notables, como también de poder construir un imaginario de sus carreras habiendo visto, a lo sumo, videos de (You Gotta) Fight For Your Right (To Party), o Hey Ladies, sin saber de qué años databan, o qué había en el medio de todo eso. Los Beastie Boys presentaban esa especie de fachada que naturalmente uno se armaba de los Beach Boys, y que iba derribando cuando separaba las nociones de Super Ratones y Beach Boys, conocía la historia de Brian Wilson, escuchaba los discos famosos, etc.

En 2009 tenía una gran dificultad para volver sobre bandas de Rock clásico que había compartido antes con una chica, y me volcaba promiscuamente menos sobre chicas nuevas que sobre discos de cualquier género, que llenaran un vacío que por supuesto es más dañino que el sexual, o el amoroso. Paul's Boutique, como la discografía de los Beastie Boys y las vidas individuales de sus integrantes, son lecciones sobre el goce ilimitado de cargar en una valija cósmica las influencias positivas que uno pueda tomar de cualquier origen, mientras nos ayuden a sortear obstáculos en el camino. La lección de eclecticismo cultural de los Beastie Boys es bidireccional; enseñaron a una etnia a dejar de mirar de reojo las influencias de la otra, menos como embajadores políticos que como curadores rebeldes de lo cool en diversos orígenes. Los sampleos y rimas que ingresan clandestinamente a los beats son muestras gratuitas del caleidoscopio sonoro en que el Indie está inmerso, y tras esos signos crípticos que no se revelan sino después de varias escuchas, averiguación de canciones y traducción de letras subyace un mensaje tan simple como el de un coro cristiano juvenil. Yauch fue el cerebro conceptual de esa idea propia de Claudio María Domínguez, servida en bandeja en el hit del primer disco y escondida bajo vinilos gastados al siguiente. Paul's Boutique me empuja a escribir este obituario, tras el cual me doy cuenta de que probablemente seguí ese mensaje, y hoy soy más feliz.

Linux y yo, un año después: viudas e hijas de GNOME 2



Mientras escribo esto se están dando las últimas charlas del FLISoL 2012 en Mar del Plata, el evento latinoamericano que por estas zonas se encarga de organizar gulBAC. Tenía pensado ir, como el año pasado, pero me llamaron ayer para trabajar por el fin de semana largo (conserje nocturno de hotel), desperté hace un rato y no vale la pena apurarse para cubrir sin la información necesaria lo que está sucediendo desde la mañana. Más allá de esa omisión quiero seguir con el ritmo anual en la crónica de mi relación con Linux, un poco para compartir las experiencias con los varios linuxeros que descubrí, por ejemplo, entre mis seguidores de Twitter (muchos se deschavaron con la salida de Ubuntu 12.04, el jueves pasado), y también para intentar describir la velocidad con que se expande el software libre, y cómo quedamos parados los que, por falta de recursos o sedentarismo digital, no podemos seguirle el ritmo.

A esta altura es imposible que considere una vuelta a Windows: me encuentro completamente acostumbrado al manejo de archivos, uso de programas y diseño personalizado que ofrece mi distribución actual (Linux Mint 11, derivada de Ubuntu 11.04), y la arquitectura de seguridad, que le permite al usuario navegar sin necesidad alguna de antivirus o programas similares, me quita cualquier preocupación a la hora de navegar - siempre por lugares de confianza-, o sobre todo cuando mi madre se dispone a ver los Power Point y demás huevadas que se envía con amigas, sin considerar mucho lo que le pueden hacer a la máquina. Mamá también se acostumbró rápido a la interfaz, que siempre intento sea lo más parecida a lo que teníamos cuando usábamos Windows XP.

Pero si tengo que contar lo que es usar Linux, como si estuviéramos hablando de desahogo, es porque durante este año me la pasé, supongo que junto a otros cientos de miles de personas, buscando una comodidad de trabajo y uso muy difícil de alcanzar si uno no puede, o no quiere, arremangarse y programar exactamente lo que necesita. Algunas nociones básicas pueden explicarse tarde, e intenté por todos los medios evitar los saltos de fechas, la superposición de cifras y la ramificación excesiva de datos en lo que estoy por contarles, pero en algunos tramos el asunto fue y es así de retorcido.

Febrero/marzo de 2011. Cuando arranqué definitivamente a usar Linux lo hice desde Ubuntu 10.10 (para no marearse con las fechas de lanzamiento pueden ubicarse temporalmente con la nomenclatura de las versiones: "año.mes"). Esta edición, que ya no tiene soporte de seguridad, incluía un software lo más actualizado posible a la fecha, había ampliado abismalmente la configuración gráfica de sus componentes respecto a versiones anteriores (los cuadros que permiten habilitar o deshabilitar funciones cliqueando botones en vez de escribiendo comandos en una terminal) y sobre todo venía acompañado por un diseño consolidado de sus gestores de escritorio y ventanas. El entorno de escritorio GNOME, en su versión 2 (que estoy usando ahora mismo, según la foto que ilustra el post), presenta al primer arranque de sistema dos barras "de inicio" -una arriba, otra abajo- similares a las que conocemos de XP, con la diferencia radical de que podemos hacer lo que queramos con ellas: cambiarles el tamaño, borrarlas, sumar otras a los costados de la pantalla, agregarles o quitarles botones, accesos directos, widgets con distintas funciones. Compiz y Metacity, mientras tanto, eran las opciones de gestores de ventanas, con más o menos efectos y opciones para personalizar el comportamiento de estas, y por ende un mayor o menor gasto de recursos de la máquina. El exiliado de Windows llegaba a una interfaz reconocible, y se le ofrecían medios amables para modificarla. 

Abril 2011. Para su siguiente edición Ubuntu presentó Unity, un entorno de escritorio que venía probando en una versión para netbooks. Y para no tener que explicarlo con palabras: si al arrancar la máquina Ubuntu 10.10 mostraba este escritorio, Ubuntu 11.04 mostraba uno como este. La barra inferior desapareció, la de arriba no podía modificarse en ninguno de los aspectos que GNOME 2 permitía, y la columna con accesos directos de la izquierda permitía una personalización mínima que no todos los usuarios podían realizar. La frutilla del postre era la manera propuesta de abrir programas, carpetas y archivos que no estuvieran en los accesos directos, un paradigma que increíblemente algunos usuarios defienden como un avance: cliqueando sobre el ícono de Ubuntu, arriba a la izquierda, surge un menú que cubre toda la pantalla, y en el cual hay que escribir el nombre del programa en un cuadro de texto, o buscarlo entre todos los íconos. El cambio de ventanas de un mismo programa con Unity también requiere comerse otra pantalla: si yo tengo dos ventanas abiertas del Firefox, y quiero pasar de una a otra, tengo que cliquear a la izquierda del ícono de Firefox en la barra de programas, y otro menú me cubre toda la pantalla mostrándome esas ventanas. Y ahí puedo seleccionar.

Ubuntu -o Canonical, la empresa sudafricana que lo desarrolla- incluyó GNOME 2 como alternativa a Unity en la edición 11.04, pero anunció que no lo haría más, desde la 11.10. Y a GNOME, por su parte, se le ocurrió terminar con el mantenimiento de la versión 2, para enfocar todos sus esfuerzos en la 3, repleta de caprichos de diseño similares a los de Unity.

¿Pero cuál es el problema? (Y de qué estamos hablando, de paso). En listas de correo, foros, blogs y redes sociales los usuarios se debaten entre qué caminos tomar para seguir operando sobre interfaces parecidas: uno no puede seguir usando un entorno vencido porque los programas dejarían de funcionar correctamente con ellos, y los desarrolladores de software libre, usualmente laburando ad honorem, no pueden maquillar un programa para todos los entornos y distribuciones disponibles. La licencia permisiva de la gran mayoría de proyectos en Linux permite cualquier combinación de distribuciones con entornos. Linux es, en sí mismo, un kernel, un núcleo, materia prima: las distribuciones son los sistemas operativos, el producto que no es final porque puede ser modificado y redistribuido. Algunos, entonces, deciden cambiar de distribución (derivados de Ubuntu, Fedora, Debian, openSUSE, Arch Linux, enorme etcétera), y otros cambian de entorno dentro de la misma distribución: le instalan KDE, LXDE, Xfce u otro gran etcétera a Ubuntu. Y casi de la nada, una distribución derivada de Ubuntu, reconocida pero con un nicho mucho menor de usuarios asoma con una decisión importante: Linux Mint 11, con soporte de seguridad hasta octubre de este año, sale únicamente con GNOME 2.

Octubre 2011. De nada servía mudarse a una versión algo más pulida de Unity en Ubuntu 11.10, o a los sensatos pero incompletos parches que Linux Mint 12 aplicaba sobre GNOME 3. Aparece en escena MATE, entrañable esfuerzo nacional equivalente a un mantenimiento oficial de GNOME 2, que avanza contra la corriente hacia una estabilidad por ahora utópica a largo plazo.

Hacia diciembre el francés Clement Lefebvre, fundador de Mint, lanza Cinnamon, un intento más acertado de domestizar GNOME 3 que está camino a ser el escritorio por defecto en la versión 13. Desde el respaldo a GNOME 2, además, comenzó a posicionar a Mint como una distribución atenta y respetuosa por las necesidades de sus usuarios: el sistema ya era reconocido por encargarse de asuntos sensibles para Ubuntu y otras distribuciones, como los códecs de audio y video (que trae pre-instalados) y la compatibilidad del software con las versiones de las distribuciones (con un gestor de actualizaciones que sugiere qué saltos de versiones realizar). Si tal cuota de sensatez resultaba extraña en esta historia, el blog inglés OMG! Ubuntu se despachó con críticas a la idea inclusiva de Mint, desmintió de manera agresiva que la distribución le hubiera quitado el primer lugar en popularidad linuxera a Ubuntu e instaló una polémica absurda sobre la configuración en un programa de audio (permitida por la licencia) que le remitía unos pocos dólares mensuales a Mint de la compra de canciones en Amazon.

Abril 2012 y más allá. Ubuntu 12.04 presentó la mejor versión de Unity hasta la fecha. Desde la raíz su diseño sigue entorpeciendo el uso simultáneo de varios programas, pero las vías para personalizarlo crecieron notablemente: MyUnity, Ubuntu Tweak, Unsettings y scripts como este mejoran en gran manera la experiencia. Trajo, además, un modo clásico de GNOME que es prácticamente el regreso de la versión 2 (bien pensado para un sistema operativo que tendrá soporte por 5 años), pero que por ahora abunda en baches, presentes desde hace meses pero nunca solucionados en la urgencia de pulir otros aspectos para la fecha de lanzamiento. GNOME 3.4 sería prácticamente desechable si no fuera por las extensiones que los usuarios mismos desarrollaron. Linux Mint editó su versión basada en Debian, que salió con Cinnamon y MATE actualizados, dejando muy buenas impresiones sobre ambos entornos y encuestando a sus usuarios de cara a la llegada de la versión principal, a fines de este mes. Otras distribuciones hicieron su propia remix de GNOME. Trisquel particularmente se mandó un gran laburo con el escritorio, pero su intransigencia respecto a incluir solamente software con cada línea de código libre me impide instalar algunas piezas fundamentales, y me disuadió de dejarla instalada.

Me compré en febrero una laptop con recursos más que suficientes para dejar arriba del armario a mi vieja amiga de escritorio, pero entre problemas con Wi-Fi y estas vueltas sin fin solamente la desenfundo de vez en cuando para ir viendo el desarrollo de las distribuciones. Parece mentira que ideas tan buenas sean así de complicadas para llevarse a cabo: el linuxero vive pensando, implementando o pidiendo por parches, soluciones a problemas inmediatos lógicos por la enorme variedad de hardware en que se instalan las distribuciones, pero también producto de la atomización en los proyectos y el desinterés que grupos mínimos de usuarios despiertan en las grandes empresas de programas, códecs y drivers. La decisión de Canonical con Unity, totalmente respetable y dentro del marco de libertad en que se ubica Linux, dio pie a una serie de divergencias que en vez de contribuir al crecimiento de las alternativas que surgieron las mostró bastante debilitadas frente a la falta de fondos y tiempo de los programadores. El apoyo económico es evidentemente un factor importantísimo para evitar las demoras y la falta de resolución sobre los problemas que acarrean las distribuciones, y a veces ni siquiera esto asegura un desempeño feliz de los sistemas: de manera paulatina, en los últimos tiempos Google bajó la persiana a la versión linuxera de Picasa, Adobe terminó con el soporte para su producto Air y anunció que su versión de Flash sólo estará disponible para el navegador Chrome, y programas como Skype (ahora a cargo de Microsoft) quedaron en un estado de beta indefinido. Mientras surgen este tipo de problemas las distribuciones se imponen tiempos y metas innecesarias, y quienes quieren voluntariamente solucionar inconvenientes se encuentran sobrepasados con matices, y sin la suficiente colaboración en bases pequeñas y muy diferenciadas de usuarios, según la distribución. Figuras pesadísimas en Linux como Canonical y GNOME están avanzando en sus ideas prácticamente sin oir a los usuarios, demasiado seguros de sí mismos como para considerar a la accesibilidad como un gancho para atraer a más máquinas.

Mal que les pese a los más hardcore, hay que parar la pelota y llegar con tranquilidad a un nuevo escritorio estable, que deje de llamar la atención y se integre silenciosamente al ritmo de producción o huevo que todos pretendemos alcanzar cuando prendemos la máquina. El usuario tiene que llegar de a poco a la autonomía que Linux le ofrece sobre el sistema, sentir que va domando cada vez más aspectos de lo que opera para poder llevarlo a su ideal. Que sea inexperto no significa que pueda ponérsele cualquier cosa enfrente y convencerlo de que así se va a enfocar más en sus cosas.

Así y todo voy a ponerme en el apriete de sugerirles una distribución para empezar. En un ambiente cada vez más repelente a los novatos la postura de Linux Mint no se cansa nunca de ser la correcta. Es la distribución que más cerca se encuentra de estar lista ni bien se instala, arreglar baches surgidos en el crecimiento, ofrecer la mayor cantidad de documentos de ayuda (por su derivación de Ubuntu) y, muy sabiamente, no moverse en ninguna dirección si es peligroso hacerlo. Decenas de veces me mantuve sin tener que realizar actualizaciones para después retrotraerlas, gracias al gestor que les otorga números según su conveniencia. Pueden instalar la versión 11 para disfrutar de los últimos meses del auténtico GNOME 2, y ver si pueden reemplazarlo con MATE, como también empezar a probar Cinnamon en la versión 12: para fines de este mes es muy probable que ambos vengan instalados en la 13, según la encuesta que ofrece Lefebvre. Si quieren quedarse desde el arranque con un solo gestor de escritorio consolidado y similar a GNOME, dentro de una distribución masiva, Xubuntu es el camino.